Perdí un botón y no sé dónde, afortunadamente no era ni el llamado botón de la responsabilidad, y tampoco el del timbre del portón, mi botón aunque no muy importante si es muy necesario y lo perdí accidententalmente, cuando ya no aguantó más la presión del estomago al hilo que lo mantenía atado al ojal en la pretina del pantalón favorito.
El encierro por estos días de cuarentena nos deja mucho tiempo libre, que tratamos de gastar en algo "útil", casi siempre, con el celular, pensando, riendo, durmiendo, comiendo o picando que es un vicio humano muy antiguo, es que por el confinamiento en casa, las golosinas provocan la repicada.
Un"tente en pie", antes del almuerzo y unos ricos pasabocas a media tarde, con las religiosas tres tazas de café, completan la dieta del día, en la noche unos drinks frente a la TV, viendo una película que nos aparte de las malas noticias; y qué tal las crispetas, que por este tiempo tienen agotado el maíz pira, en las tiendas?
Bueno, hasta ahora el cinturón ha ayudado a sostener los pantalones, supongo, por lo menos hasta el 27 de abril que termine el toque de queda obligatorio y abran el portón donde funciona "El desbarate", ese tallercito donde las costureras le acortan a uno la talla de la camisa que le dejó el tío gordo o le amplían los shorts insertando una horrible raya de otra tela puntuada en la parte de atrás del derriere. Los botones, o mejor, la idea de ellos se uso desde el siglo XX A.C. utilizando conchas y huesos, después llegó la túnica que no los requería, por tratarse de vestiduras amplias, vaporosas y sueltas y a principios del Siglo XII se usaron como adorno, elaborados en oro, plata, vidrio, perlas y piedras preciosas. Con la invención de los telares y las modas ajustadas, aparecieron de nuevo, dándoles el mismo uso de hoy, nacieron gremios de botoneros que diseñaron mil formas diferentes; en el año 1.800 se usaban vestidos que se ajustaban hasta con veinte botones, tal como nos lo recuerdan las famosas "cancán" de los bailes en las películas de los "western".
Me encantaba ver en el cine como le era de difícil desabotonarse el corsé a Angie Dickinson en las excenas del viejo oeste.
Francisco I. Rey de Francia llego a usar un vestido de terciopelo negro, al que le habían adherido 13 mil botones, solo para deslumbrar a Enrique VII de Inglaterra en una visita oficial a Londres.
En el desfile sobre la alfombra roja durante los premios " Oscar", en Los Ángeles, Leonardo DiCaprio, jamás se abrocha el tercer ojal de la chaqueta, a pesar de llevar el botón, es una costumbre que viene desde el rey Eduardo VII de Inglaterra y rey de medio mundo.
Más tarde nació la cremallera que lleva más de medio siglo tratando de desbancar al botón, pero mientras se traben y pellizquen la baja barriga o nos olvidemos subirla, que es lo más común cuando llegamos a la "tercera", será muy difícil, porque el botón da cierto aire de señorío y elegancia.
"No salgas que tienes la cremallera abierta"
Saludos jairoache.
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