miércoles, 13 de mayo de 2020

empacador

Cuando tenía 11 años, don Eduardo Duque, un amigo de mi padre, me invitó a trabajar los fines de semana en su tienda de víveres; la idea de tener  platica los domingos en la  tarde me sedujo y desde luego acepte.                        Se trataba de empacar libras de granos, frijoles, arroz, lentejas , arvejas, en bolsas de papel y atarlas con un cordel de manera que fuera fácil para los campesinos transportarlas en costales hasta sus fincas.                                     Me explicaron como se pesaba  la libra y usando una cuchara de latón se llevaba a la bolsa, para amarrarla cuando tuviese unas cincuenta pesadas de 500 gramos exactos.                                             Todo ese cuento era nuevo para mí, pero con el entusiasmo de un párvulo, que aprende algo de lo que los grandes pueden hacer, me dediqué a la tarea.                                          Al medio día, antes de salir al almuerzo, el señor Duque  contó las bolsas empacadas y solo encontró 153, entonces me pidió más eficiencia, no le entendí porque no tenía idea que era "eficiencia".  Aproveché     para preguntarle a mi madre y ella, tan linda, me dio un ejemplo" así como cuando quieres salir a jugar, rapidito, rapidito.        De regreso a la tienda, fui donde el muchacho de la tienda de la vuelta a la esquina, para saber cómo lo hacía y me explicó que el no pesaba sino que calculaba una cucharada rasa de las pequeñas y ahí tenía la libra exacta.              La cosa funcionó muy bien hasta cuando empecé a empacar sal, está era más pesada que el arroz y las libras me quedaron de 750 gramos.                                    Y entonces él me enseño otra trampa: pones una papa mediana en la cuchara antes de la sal y cuando llenas la bolsa sacas la papa y listo. "Eureka" también funcionó,  poco a poco me fui  convirtiendo en un eficaz empacador y don Eduardo estaba muy contento con mi trabajo, hasta el día que apareció por la tienda la hija, una niña preciosa, de ojos almendra y sonrisa de Ángel con los cachetes colorados.                                  A don Eduardo no le gustó ni poquito que yo le enseñara a la niña a coger la cuchara tomándola de la mano y cuando la mandó  para la casa, me despedí de beso en la mejilla, con el estómago lleno de mariposas.                           Ese mismo día a pesar de ser viernes, me pagó todo el fin de semana y me dijo que ya no me necesitaba mas; lo que tiene que aprender uno en la vida, "en casa de rico no metas la mano porque te pica el gusano"; Se notaba a leguas que el viejo no me quería para yerno, sino para empacador."
    De ahí en adelante me pasó lo de "la mochila azul" ya nada me sabía bueno, me la pasaba aburrido, de mal genio y sin ganas de nada.                 Solo,  como perro con pulgas sentado en un rincón rascándome la  cabeza y ese vacío que se siente entre pecho y espalda, reemplazó  mi alegría y no me abandono más, ya el ariquipe me  sabía a purgante.               Hasta estos días que comprendí que la vida me había preparado para pasar está cuarentena sin morir en el intento.           Gracias Pacha, por darme tu mano cuando la necesité.
Saludos jairoache.
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