empacador
Cuando tenía 11 años, don Eduardo Duque, un
amigo de mi padre, me invitó a trabajar los fines de semana en su tienda de
víveres; la idea de tener platica los domingos en la tarde me
sedujo y desde luego acepte.
Se trataba de empacar libras de granos, frijoles, arroz, lentejas , arvejas, en
bolsas de papel y atarlas con un cordel de manera que fuera fácil para los
campesinos transportarlas en costales hasta sus
fincas.
Me explicaron como se pesaba la libra y usando una cuchara de latón se
llevaba a la bolsa, para amarrarla cuando tuviese unas cincuenta pesadas de 500
gramos
exactos.
Todo ese cuento era nuevo para mí, pero con el entusiasmo de un párvulo, que
aprende algo de lo que los grandes pueden hacer, me dediqué a la
tarea.
Al medio día, antes de salir al almuerzo, el señor Duque contó las bolsas
empacadas y solo encontró 153, entonces me pidió más eficiencia, no le entendí
porque no tenía idea que era "eficiencia".
Aproveché para preguntarle a mi madre y ella, tan
linda, me dio un ejemplo" así como cuando quieres salir a jugar, rapidito,
rapidito. De regreso a la tienda, fui
donde el muchacho de la tienda de la vuelta a la esquina, para saber cómo lo
hacía y me explicó que el no pesaba sino que calculaba una cucharada rasa de
las pequeñas y ahí tenía la libra
exacta.
La cosa funcionó muy bien hasta cuando empecé a empacar sal, está era más
pesada que el arroz y las libras me quedaron de 750
gramos.
Y entonces él me enseño otra trampa: pones una papa mediana en la cuchara antes
de la sal y cuando llenas la bolsa sacas la papa y listo. "Eureka"
también funcionó, poco a poco me fui convirtiendo en un eficaz
empacador y don Eduardo estaba muy contento con mi trabajo, hasta el día que
apareció por la tienda la hija, una niña preciosa, de ojos almendra y sonrisa
de Ángel con los cachetes colorados.
A don Eduardo no le gustó ni poquito que yo le enseñara a la niña a coger la
cuchara tomándola de la mano y cuando la mandó para la casa, me despedí
de beso en la mejilla, con el estómago lleno de
mariposas.
Ese mismo día a pesar de ser viernes, me pagó todo el fin de semana y me dijo
que ya no me necesitaba mas; lo que tiene que aprender uno en la vida, "en
casa de rico no metas la mano porque te pica el gusano"; Se notaba a
leguas que el viejo no me quería para yerno, sino para empacador."
De ahí en adelante me pasó lo de "la mochila azul"
ya nada me sabía bueno, me la pasaba aburrido, de mal genio y sin ganas de
nada.
Solo, como perro con pulgas sentado en un rincón rascándome la cabeza
y ese vacío que se siente entre pecho y espalda, reemplazó mi alegría y
no me abandono más, ya el ariquipe me sabía a
purgante.
Hasta estos días que comprendí que la vida me había preparado para pasar está
cuarentena sin morir en el intento.
Gracias Pacha, por darme tu mano cuando la necesité.
Saludos jairoache.
Enviado desde mi iPhone
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