miércoles, 13 de mayo de 2020

el negro Orlando


Lo llamábamos así, de cariño, no era negro, más bien  quemado por el sol, jugaba con un balón en cualquier espacio abierto al aire libre, pescaba en los caños de las sequías del agua  casi potable, elevaba cometas y globos de papel periódico y cada que comíamos un fruta del papayo, le encontrábamos dentro un guijarro que el le había introducido con la cauchera desde el suelo. Montado en un caballo a pelo, podía cabalgar  horas para hacer mandados al pueblo. Músico de tiple a dos manos, podía tocar por izquierda y por derecha.
Analfabeta por olvido, desde que salió de la escuela nunca volvió a leer  ni escribir, en el campo los libros y los cuadernos eran escasos, pero a fuerza de preguntar todo lo que quería saber aprendió lo que no le enseñaron los maestros. Así se aprendió de memoria los banbucos colombianos, boletos de los panchos y el trío. san Juan, poemas, historias, hacer cuentas y su mayor fuerza siempre fue la lógica: la plata sirve es por lo que uno compra con ella, el trabajo es bueno por la paga, en el mundo hay muchos pobres y a Dios no le alcanza la plata.
La semana tiene seis días, más uno para ir a misa.
Cuando salí del campo para la ciudad, perdí la conexión con él, ya siendo mayor me lo encontré por casualidad en Medellín, lo más simpático es que sin saber tuve que pagar para verlo. Entre al teatro para ver un espectáculo musical y allí apareció como salido de la nada, el presentador anunció al trío  "Romanceros del café" y allí estaba el " negro Orlando" con su tiple, orgulloso de su profesión, cuando me encontró dentro de público, me hizo saludo con la mano y antes de terminar su presentación cantaron el banbuco" Cuando florezcan los arrayanes" que era la canción preferida de mi padre, se despidió con el dedo en la sien, indicando que lo recordaba.



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