sábado, 29 de febrero de 2020

La casita para Gerardo López, el amigo de mi padre, que atendía el trapiche cuando la finca estuvo sembrada de cañadulce, comenzó a volverse una necesidad, desde el momento en que nació Primitiva, la hija que tuvo con Adelina, su compañera de muchas luchas.                                         "Guerrar" como le llamaban, había sido un jefe liberal en la guerra con el Peru, cuando aún no le salía bigote, pero su habilidad para seguir el rastro  enemigo era mejor que el de los sabuesos.
El gobierno le había ofrecido una finca en los llanos orientales, cerca a yopal, pero a él ni a los otros patriotas les cumplieron, por eso regresó a los  planes del Quindio, donde Dios le ayudaría a tener un techo para el y su compañera.          Vivía en el cuartel de los trabajadores, durmiendo en camas de esterilla y allí nació Primitivita, un sábado de madrugada .
Su llanto lo corearon los gallos y Tony el perro que aulló, despertando a los dormilones, quienes acudieron rápidamente a felicitar a los padres.           Don Lisandro, déjeme hacer una, casita arriba en el potrero para mí
muchacha, subamos ahora le muestro el lugar: "Al lado del guayabo, retiradita del cerco, para tener un jardín y la huerta pal cilantro y la cebolla, con dos piezas y una cocina, acá a la sombra de este churimo siembro una banca, para ver los arreboles de la tarde y la luna y las estrellas en las noches claras".
El trabajo se inició con una zanja, que llenaron de piedra, sobre las piedras algunas guaduas gruesas que sirvieran  de base y sobre estás las verticales que formaron las esquinas. Así permaneció por una semana, mientras se acopiaba más material, luego la forraron con esterilla, menos el espacio de las puertas y ataron la esterilla con alambre dulce.           Todos ayudaron a pisar el barro con pasto recortado hasta que Gerardo dijo basta, la crema de barro estaba lista, pero se dejó fermentar por tres días, el fermento alcoholizaba el barro matando las bacterias, pasado este tiempo lo lanzaban con fuerza sobre la pared de esterilla para que pegara y al día siguiente con una llana de madera lo pulieron quedando precioso, de un color negro verde y olor a campo de reses.                          En el techo unas hojas de zinc, que brillaron con el sol.                                La casa  de bahareque permaneció veinte años, vigilando el potrero, solitaria y triste , sin habitantes e invadida por la maleza, ya no estaban sus vivientes que la construyeron con tanto amor.                                                  Como pedía Gerardo, Dios le dio una tierrita y allá se fue a construir otra casita de bahareque, con su jardín y la huerta, la cruz de mayo al frente y una platanera al fondo, desde la banca sembrada bajo un naranjo sonreía mirando el crepúsculo, mientras los nietos, hijos de primitiva jugaban con el perro que también llamaron Tony.  Saludos jairoache . 


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