En 1831, su nueva huesped y propietaria, la llenó de flores, encaló y le dio una nueva vida, sentada en una silla mecedora se balanceaba, observando el mar,
y sus quimeras, dedicada a los bordados y a cantar canciones de su tiempo a pesar de que la nostalgia era su compañera. Otras épocas gloriosas había vivido, escribiendo con actos valerosos páginas libertarias. La razón de su lucha y coraje, había fallecido hacía pocos días en la quinta de San Pedro Alejandrino en la ciudad colombiana de Santa Marta, lejos de su grata compañia Manuela Saenz, deportada de Colombia, por el delito de defender con su vida al libertador, de todos los enemigos españoles y colombianos, por amor, por la libertad, por su fe, la llevó al exilio lejos de su patria.
La descripción de la casa es solamente una memoria, porque el 23 de noviembre de 1856, día en que Manuelita falleció a los 58 años , su casa y todas las reliquias que contenía dentro, fueron incineradas, por las llamas que los habitantes de Paita en su temor a la peste de difteria prendieron para borrar los vestigios de la enfermedad, con lo cual también se borro la historia de esta valiente mujer, que había dedicado sus últimos años a escribir sus memorias.
Pero Manuelita vive en el corazón de lo piuranos, provincia donde está la ciudad que le dio abrigo durante su larga soledad.
Enterrada en una fosa común, sin que hasta la fecha se haya hallado su sepulcro, hizo el milagro político de su muerte, en Quito, Bogota, Caracas y hasta en la misma Paita, se exponen lápidas que afirman sin ninguna vergüenza: "Acá yacen las cenizas de la Libertadora del Libertador. Saludos jairoache.
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