jueves, 27 de febrero de 2020

Carta al niño que fui

Querido"corcho" ya no puedo escribirte en el papel del cuaderno de rayas, he perdido la habilidad de la escritura cursiva, me salgo fácilmente de las líneas y las letras se pegan de tal manera que no se pueden leer.                                          Así que recurro a este método electrónico para contarte mis cuitas, es como una cajita que se volvió una extensión de la mano, la cargamos todo el tiempo y dormimos con ella, se llama celular, el mío se apellida IPhone. hoy vi pasar trepado en el platón de una volqueta, a un obrero, supongo que con ínfulas de ingeniero, con un casco de corcho, de los mismos que el doctor Vasquez de Federacafe, dejó una vez abandonado en la tarde en un taburete y tú te lo pusiste quedando cubierta tu cabeza tus ojos y tu nariz.
Recuerdo que tuviste la oportunidad de jugar a la "gallina ciega" por lo menos una hora, dando trompicones , mientras el agrónomo pasaba revista a los cafetales, eso me trajo una vívida remembranza de la infancia que compartimos juntos en un solo yo.                 Estuve el fin de semana en la finca del cuñado y me contaron que allí debajo de la cama se había trasladado el "coco" al que yo todavía  le tengo miedo, ya te podrás imaginar la tragedia para salir a orinar a media noche y ese día hubo corte de energía, ya, no regresé más a la cama, me quedé dormido en un sofá acompañado de Sultán,el perro, que me vigiló toda la noche en la oscuridad de la sala.; El también le tiene miedo.
Te cuento que también fracasé en la idea que teníamos de estudiar para ser marineros y conocer mundo, queríamos ir al África, navegar por el río Congo, a  conocer  a "chita" la orangutana amiga de Tarzan y pasar una tarde jugando con "Boy" colgados de los bejucos de ese inmenso árbol donde viven.                          Te acuerdas de "pimo" la trigueñita de ojos de almendra que vivía al otro lado de la quebrada y que invitábamos a pescar  viringos con la mano,  en la sequia del ariete? , nunca volví a saber de ella, qué pena, y nos habíamos jurado amor eterno y casarnos cuando estuviéramos grandes para vivir al lado de un río de verdad.
También perdí, pero hace poco tiempo, el congolo ojo de venado, que te regaló un día de "los novios", lo conserve muchos años, me gustaba calentarlo contra el pantalón para quemar las hormigas y a los amigos.
Si hubiese sabido el futuro de los escarabajos  verdes lo hubiéramos cuidado para que  tuviera una familia numerosa, hoy valen oro, porque enterrarían los miles de bollos qué hay en este mundo, nos habríamos hecho ricos, pero se te antojó amarrarle un hilo con una boletita que decía: el que lea este aviso es pendejo" voló y no regresó nunca.
Te estaré agradecido toda la vida por esos  preciosos momentos que vivimos sin preocuparnos por nada, papá se encargaba de las preocupaciones y de nuestra seguridad, mamá de las arepas colgadas en una canasta a una viga de la cocina y nosotros junto con mi hermano Juan, de robárnoslas para comer con aguacate o panela en el monte.
De verdad, te quiero.


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