jueves, 19 de marzo de 2020

El Tren

Tuve el privilegio de vivir la era del ferrocarril, que llamábamos simplemente "el tren", una enorme máquina negra, que hoy vemos como museos vivientes en algunos lugares turísticos de las ciudades, ellas arrastraban  con un ruido infernal 10 o 12 coches de madera sobre ruedas de acero, unidos  por una plataforma con pasamanos, sobre las líneas de rieles paralelas de una estación a otra.                           Se anunciaban con un pito a base de vapor, que más parecía un gemido avisando su  llegada, uuhhhh uuhhhh se escuchaba por entre los cafetales y guaduales que avencidaban la carrilera . El sonido ponía en actividad a todos los viajeros y viajantes, los primeros con su maletín de ropa y los otros con la mercancía, abandonaban las bancas de madera para alistarse a orillas del andén y ser los primeros en abordar los vagones.
Había pasajes de primera, segunda y tercera y un coche comedor que casi siempre ocupaba el penúltimo lugar del convoy.                                        El pasaje de tercera admitía la carga personal del pasajero, costales con café, un racimo de plátanos, cajas de cartón con yucas o talegos de tela, no faltaba el loro, el perro, la gallina o el cochinito, casi siempre acompañados por toda la familia, dos o tres chicos que comentaban sobre el paisaje y un bebé en brazos de una señora, otra vez embarazada.                             En el de segunda solo se podía viajar sentado, en bancos de madera donde cabían tres y dos a lado y lado del pasillo central, los que no lograban encontrar asiento, tenían que ir a los de primera y pagar el excedente del pasaje.
Los de primera, siempre eran los últimos coches, lejos del carboncillo que expedía la locomotora. Asientos de cuero muy cerca del coche comedor, donde se podía degustar un tinto aguado con panela, leche, gaseosas y la parva que eran productos de panadería.
En las estaciones, durante la parada para dejar y recoger pasajeros había una oferta gastronómica más variada, empanadas, chorizos, rellena, Arepas con queso, cucas, pandequeso, caramelos, gelatinas, tinto oscuro, sirope o chicha, ect,            ofrecidos  por los venteros pueblerinos en vestido blanco, pantalón, camisa y delantal.                                            Cada pueblo tenía su especialidad: Alcalá las empanadas de cambray, quimbaya, Longaniza y callo frito, montenegro, pandequeso y solteritas.  Había algunos paraderos donde la gente desde lejos hacia señales batiendo una bandera roja que era señal de que esperaban  suficientes pasajeros que justificaban la parada del tren.                                          El conductor realmente no conducía nada, se encargaba de revisar los tiquetes y de cobrarle con un pequeño recargo a quien no lo tenía consigo, iba con un rotulador picando el papel para que no se pudiera usar en otra ocasión, siempre empezaba desde los primeros vagones hasta el final, lo que nos daba oportunidad a los muchachos de caminar adelante de él y en la próxima estación pasarnos atrás, para viajar sin tiket, porque si nos pillaban nos bajaban en algún sitio lejos de una estación, para obligarnos a caminar.                                               
Al lado de las estaciones había cantinas, donde era común escuchar la música de carrilera, como la famosa canción  de Lucho Vasquez" el tren lento":      El  tren lento va partiendo, sobre los hilos de acero y en el se va despidiendo el amor que yo más quiero.              Montañas y más montañas, cruzara el tren como el viento, dejándome aquí en el alma, una tristeza un lamento.
Hay ya se va, sobre los rieles con su vaivén llevándose mi alegría a tierras lejanas maldito tren.                              Saludos. Jairoache. Enviado desde mi iPhone



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